Llevamos ya demasiados días leyendo que es imprescindible mantener el monte limpio para evitar la propagación de los incendios forestales. Pero eso de limpiar el monte tiene sus matices.
Cómo limpiar el monte
Aunque a ojos de muchos el concepto de “monte limpio” implica que no haya maleza, eso de la maleza puede ser una percepción sesgada. Un monte limpio va a tener un montón de especies, además de los propios árboles, que no son maleza y que contribuyen a la diversidad en ese monte. Así tendremos plantas de pequeño tamaño, arbustos, hongos… y un montón de vegetación que irá variando en función de las características del suelo y del clima, además de estar influenciadas por los árboles que conformen ese bosque. Que en un bosque haya helechos no implica que el bosque esté “sucio”, pero que los helechos estén creciendo de forma descontrolada puede suponer que un incendio se vaya a propagar con mayor rapidez.
Para mantener bajo control esa vegetación bajo los grandes árboles, la solución no es ni llenar el monte de paseantes que abran caminos, ni mucho menos meter una motosierra. Esa vegetación se ha controlado históricamente de forma natural por la fauna que se alimenta de ella. Si queremos que el monte esté limpio, tenemos que permitir que haya corzos que se alimenten de ella, pero también que haya lobos que regulen la población de corzos (por dar dos especies, hay más opciones). También tenemos otras opciones que podemos controlar mejor y orientar a un terreno específico a limpiar, como las cabras o las ovejas. Un rebaño de ovejas hace el trabajo mucho mejor que cualquier cuadrilla con motosierras, y sin cargarse la biodiversidad.
Cuando no limpiar el monte
Lo que bajo ningún concepto debemos hacer, es eso de que nos entre la prisa por limpiar después de un incendio. Un monte quemado corre un gran riesgo de erosión, porque las especies quemadas pierden su anclaje al suelo, porque las cenizas se mueven con facilidad. El viento moverá con facilidad la ceniza y, si hay lluvias fuertes, todo correrá monte abajo y acabará en los ríos y en los embalses, generando de rebote un problema en el suministro de agua. En el peor de los casos, bloqueará el sistema de alcantarillado y provocará inundaciones.
Para limitar esa erosión lo mejor es no retirar los árboles quemados, ni las ramas, y dejar que cubran aquellos restos de menor tamaño y los retengan en su lugar, aunque parezca contra intuitivo. Y desde luego, nada de meter una excavadora para quitar todo y plantar nuevos pinos. O peor, eucaliptos.
No limpiar no implica no hacer nada
Lo que sí hay que hacer es estabilizar. No es necesario dejar todo en posición precaria. Se pueden tumbar los árboles que estén a punto de caerse (especialmente aquellos en zonas que no se han quemado totalmente, ya que pueden suponer un riesgo de un nuevo incendio). En un incendio que siga su curso natural, los árboles se queman hasta caer (aunque no necesariamente todos), pero cuando los extinguimos muchas veces dejamos árboles en pie que deberían haber caído. Esos árboles deben llegar al suelo si no se van a poder recuperar, ya que su función será retener la materia orgánica quemada en el bosque.
También se pueden aportar semillas de herbáceas que, dependiendo del momento del año, podrían germinar y estabilizar el suelo antes de que lleguen las lluvias del otoño. Eso sí, siempre de plantas autóctonas, aunque esta idea es bastante controvertida y no está claro que vaya a suponer una mejora frente a dejar que crezca lo que vaya a salir de forma natural. Por ejemplo, en Galicia, si un incendio ocurre a principios del verano, no es raro ver las primeras plantas antes del otoño, si las lluvias han acompañado.
En cualquier caso, la posibilidad de estabilizar correctamente el suelo dependerá de las lluvias productivas, ya que necesitaremos un aporte de agua para que todo se quede donde debe y puedan salir las primeras plantas, pero debe ser lluvia débil que no arrastre todo al río.
El peor escenario posible
La peor situación que podemos imaginar es aquella en la que se han retirado árboles (o no se ha hecho absolutamente nada) y que, a comienzos del otoño, llegan lluvias muy intensas. Al no tener los troncos de esos árboles en el suelo, no podrán retener sedimentos. Esos sedimentos serán arrastrados y provocarán inundaciones y afectarán al suministro de agua potable.
Con las previsiones actuales de fenómenos meteorológicos adversos, sabemos que es posible (hasta podría decir que probable) que este otoño tengamos lluvias de gran intensidad. Puede que incluso ocurran durante el verano en el momento más inesperado. Esto ya ha ocurrido muchas veces en el pasado, y cada vez ocurrirá de forma más frecuente. Si no queremos empeorar la situación debemos estabilizar el monte quemado AHORA. Y ya de paso, trazar un plan para que el próximo verano no se repitan los incendios. Así que las cabras, al monte.
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