Hace un par de décadas, uno de los temas estrella cuando se hablaba de contaminación era la lluvia ácida. Allá en los tiempos del agujero de la capa de ozono, y cuando se empezó a poner de moda lo del efecto invernadero. El agujero lo paramos a tiempo, el efecto invernadero nos intenta hundir la vida, y la lluvia ácida quedó en el olvido. Hace unas semanas, por una conversación en Twitter sobre la eutrofización, recordé que ya nadie se acuerda de la lluvia ácida. Sigue ahí, pero ahora tenemos otros problemas más gordos. El caso es que si nos olvidamos de ella, puede volver a ser un problema grave, y no podemos gestionar tantos a la vez.
¿Qué es la lluvia ácida?
Cuando liberamos óxidos de azufre o de nitrógeno a la atmósfera, allí van a reaccionar y se van a convertir en ácidos tras liberar su oxígeno. Ácido sulfúrico, sulfuroso o nítrico, dependiendo de la composición. Estos ácidos se pueden disolver (diluir) en agua y caer de vuelta a la superficie de nuestro planeta en alguna de las formas en las que el agua cae del cielo. Vamos, que podemos tener lluvia ácida, o nieve ácida, o granizo ácido…
Aunque la lluvia ya es siempre un poquito ácida (si no me crees compruébalo), se dice que es ácida cuando su pH es menor que 5, pudiendo llegar a ser muy ácida (pH 3). Dependiendo del grado de acidez, los daños que puede causar irán variando, también dependiendo de la cantidad de agua ácida que caiga sobre nuestras cabezas.
Los daños de la lluvia ácida
A no ser que estemos hablando de una acidez muy elevada, los humanos no nos damos cuenta de que la lluvia es ácida hasta que vemos las consecuencias. Lo primero que observamos son los daños en edificios, algo que queda para recordarnos en el futuro que llevamos mucho tiempo cargándonos el planeta. Así, por ejemplo, algunas catedrales nos recuerdan en sus piedras los daños de la lluvia ácida que se produjo como consecuencia de los altos niveles de contaminación tras la revolución industrial. Y aunque en las catedrales son mucho más vistosos, muchos edificios y estatuas muestran esos daños. Se ven claramente en aquellos construidos con mármol.
Pero aunque en los edificios sea más visible, el daño en la naturaleza es mayor. Por una parte, acidificamos el suelo al que llega esa agua, muchas veces dañando de forma inmediata los cultivos. Si el daño no es automático, lo será a la larga, porque al filtrar el agua hacia el subsuelo contaminará otras fuentes, y además arrastrará muchos nutrientes con ella, en un proceso que llamamos lixiviación. Así, dejará el terreno pobre y necesitado de nuevos fertilizantes, lo que generará un círculo sin salida. Si el agua llega a ríos y océanos, allí también se producirá una acidificación que poco a poco irá afectando a la vida de los seres vivos allí presentes.
De no crecer a crecer de más
En el proceso de lixiviación del que hablaba, se quitan de los terrenos de cultivos los nutrientes y se arrastran con el agua. Estamos hablando de nutrientes que normalmente quedarían retenidos. Arrastrará metales que en el agua serán tóxicos, pero también fertilizantes varios. Esto hará que si el agua llega a un río, o especialmente si llega a una laguna o lago, se concentren grandes cantidades de nutrientes que han sido arrastrados. Ese incremento de nutrientes provocará una gran explosión en el crecimiento, primero de microalgas y animales microscópicos. Al menos, lo hará si no se ha acidificado en exceso. Si crecen de más, la laguna adquirirá ese color verde claro que seguro que muchas veces habéis visto, que no permite ver lo que hay debajo. Si no permite ver, no permite pasar la luz, por lo que los que estén debajo morirán. Es lo que se denomina eutrofización, y la lluvia ácida es solo uno de los muchos factores que la provocan. El abuso de fertilizantes (orgánicos o no) es probablemente el mayor causante de la eutrofización de las aguas, y fue el que me llevó a pensar en la lluvia ácida. Por supuesto, este tipo de filtraciones convierten el agua de la zona en no potable y muy peligrosa para el consumo humano.
¿Pero de dónde salen esos nitrógenos y sulfuros?
Empezaba diciendo que la lluvia ácida se genera si se liberan óxidos de nitrógeno o de azufre a la atmósfera, aunque después seguía con que el nitrógeno puede acortar camino e ir directo a la tierra en forma de fertilizante. El caso es, si van a la atmósfera… ¿de dónde salen? Pues parte sale de los fertilizantes, porque una parte se evapora. Eso lo sabe todo aquel que haya vivido cerca de una zona en la que se abone de forma más o menos frecuente.
Pero la inmensa mayoría no sale de los fertilizantes, porque en general los usamos con un poco de cabeza (aunque no siempre). La mayor parte de los óxidos que van a dar lugar a la lluvia ácida salen de la quema de combustibles fósiles. Puede ser de la industria, para obtener energía, para medios de transporte o para lo que sea, pero de la quema de combustible. Y si se quema de forma poco eficiente, como se hacía hace unas décadas, pues se generan más. Si además no hay sistemas para minimizar su liberación… pues todavía peor.
¿Cómo evitamos la lluvia ácida?
Pues muy fácil: no usar combustibles fósiles ni fertilizantes innecesarios. ¿A que es sencillo? Ser lo es, pero no aprendemos y seguimos con los mismos errores desde hace un montón de tiempo. La realidad es que lo que de una forma más realista podemos hacer es reducir la emisión a base de mejorar los procesos y cambiar a fuentes de energía menos contaminantes. También reduciendo nuestra huella directa en los medios de transporte que utilizamos, reduciendo la cantidad de energía que consumimos a base de elegir procesos más eficientes o incluso favoreciendo el consumo de productos que tengan una huella energética menor.
También podemos plantar árboles, pero de poco vale plantar uno para cortar 15 para plantar un molino. Tengamos en cuenta que lo importante es la huella neta, y debemos centrarnos en lo que realmente aporta y no en lo que nos deja la conciencia tranquila por greenwashing, no todo tiene el mismo peso en esta vida.
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