Ojos de orgasmo

Hoy os voy a hablar de un libro, pero esta vez no va a ser un libro de ciencia, y además os voy a contar un poquito de mi vida, y cómo el libro me hizo recordar mi pasado.

El libro del que os voy a hablar se llama Expediente Ojos de Orgasmo, y su autor José Ramón Alonso de la Torre. Y un título así sólo puede referirse a una cosa: al narcotráfico. Porque los conocedores del tema saben que cuando se ponen nombres a las operaciones, siempre hay mucha chispa. Y este habría sido un caso de esos, si no se refiriera al propio narco.

Pero JR Alonso, su autor, une la historia a mi vida de una forma peculiar. Trabajó unos años en Vilagarcía, pueblo que me vio nacer y crecer. Trabajó en mi instituto, aunque no coincidimos allí temporalmente. Desde hace un tiempo sigo si trabajo en La voz de Galicia y cada vez que lo leo me quedo con una idea: parece que a este hombre su paso por la ría lo dejó marcado. Ahora salgo de dudas, porque la historia de Ojos de Orgasmo me aclara que no nacería allí, pero este hombre conoce la ría como cualquier local.

Además, la historia de Ojos de Orgasmo ocurre más o menos cuando yo entraba en ese instituto. Cuando yo entraba en el instituto de las putas y los narcos, viniendo del colegio de monjas. Porque yo era así ya muy peculiar de aquella, y me iba la aventura o algo. Los años que pasé en ese instituto me hicieron conocer esa vida de la ría como nadie, porque allí no me relacionaba ya con los niños bien del pueblo (a los que por cierto, no aguantaba). Aquello era, recordemos, el sitio de las putas y los narcos. Y allí hice muchas amistades y aprendí mucho de la vida.

Se puede vivir en la ría e ignorar lo que es la ría. Pero la ría es lo que es, señoras como Carmen, la verdadera protagonista de este libro, y narcos como Ojos de Orgasmo y sus amiguitos. Algunos de los que fueron mis compañeros de instituto son ahora como ellos, pero yo quiero pensar que soy más como Carmen, o mejor dicho, como su sobrino Ramiro, el que vale para estudiar pero que lleva la sangre de la ría.

Curiosamente mi madre también se llama Carmen, y comparando con la historia, ella también fue a la seca, y tuvo hijas de soltera, pero ella sí aceptó el trabajo en el pazo. Concretamente, en el colegio de las monjas, que fue lo que me llevó a mi allí, no el catolicismo inexistente en mi familia. Pero la verdadera Carmen en mi vida era mi abuela, pese a que ella se llamase Ángeles, Angelita para medio pueblo. Ella fue la que se quedó viuda con seis hijos, teniendo la más pequeña cuatro años, y sacó la familia adelante por sus ovarios. Porque a tercas no nos gana nadie. Y las mujeres de la ría son muy muy tercas, como Carmen.

Hay que tener los ovarios muy bien puestos para salir a por almejas a diario. No sé si lo habéis hecho alguna vez, pero os aseguro que no es algo fácil. Ya, los percebeiros se juegan la vida, pero lo otro no es descansado. Y con eso no llega, porque de un kilo de almejas no se vive. Hace poco más de una semana estaba por la zona y todavía veía a esas señoras que, como Carmen, después de ir a la almeja, sachaban sus leiras a pleno sol y metían sus gritos. Ahí no hay marido que proteste. Son las matriarcas, y una familia de la ría se organiza siempre entorno a la abuela. La abuela manda. Es así, y eso no lo cambia nadie.

Por otro lado, está la gente como Ojos de Orgasmo, y todos los que lo rodean. Sigue habiendo coches por encima de las posibilidades realistas de esa gente, sigue habiendo negocios que nadie entiende cómo sobreviven, y los narcos de poca monta siguen a sus anchas. Treinta años más tarde, seguimos sin ver que hay cocaína en cada esquina, que mantiene una economía inexplicable a un forastero, y que no, la vida que algunos tienen en la ría no es la normal. Pero eso son los de la villa, el pueblo, que decimos los de un poco más al norte, y los que de una forma u otra se aprovechan del dinero que trajeron y traen los narcos. Pero los del monte siguen ahí, y a ellos también los conocí en mi etapa en el instituto. Los montunos. Los que tenían que sachar y vendimiar (otra tarea, por cierto, bastante cansada).

Yo podría haber ignorado todo ese mundo, pero en esos años me hice amiga de unos y otros, de montunos y de aprendices de narcos. Cada uno miraba por lo suyo, y todos me aportaron mucho en la etapa de mi vida en la que más aprendí. Parecía un suicidio eso de ir al instituto de las putas y los narcos, pero años después puedo decir que en esos años, fue cuando más aprendí, porque aunque luego me sacase una carrera y un doctorado, ahí de la vida no aprendes demasiado.

Recuerdo a chicos como Ojos de Orgasmo a la puerta de mi instituto. Recuerdo que yo saltaba la valla en el recreo (para ir a comprar una palmera de chocolate al quiosco más cercano) y siempre estaban por allí. A esas alturas nadie escondía ya el hachís y la coca solo si alguien miraba demasiado. Tampoco era raro ver policía por la zona, pero obviamente no hacían nada. Recuerdo que algunos profesores me advertían sobre mis compañías, sobre posibles malas influencias, y que sería una pena porque yo podía estudiar. Ahora muchos de ellos saben que he estudiado, pero no que desde Suiza me acuerdo muchas veces de ellos. Me acuerdo de Roberto, mi profe de mates que me insistía en que era tan terca como mi hermana. Me acuerdo de Isabel que se tiraba de los pelos porque pese a sacar siempre sobresalientes en sus exámenes, era incapaz de hacerme hablar gallego normativo cuando yo hablaba castellano, o peor, gallego de la ría, eso que algunos llaman castrapo, plagado de seseos y gheadas al más puro estilo Heredeiros da Crus. Me acuerdo de Carmen, mi profe de francés, que me apoyó muchísimo esos años, y gracias a la cual he salido de más de un apuro en mis viajes a Francia. También me acuerdo de Susana, mi profe de historia, siempre sorprendida por mi capacidad para recordar datos y que dejó esa semillita política en mi cabeza aunque ella quisiese siempre ocultar sus ideas. Pero sin duda, leyendo historias como la de este libro, de quien más me acuerdo es de Rosa, ya fallecida, que siempre me decía eso de que era de ideas fijas como mi abuela, y que cuando se me metía algo en la cabeza, no había forma de hacerme cambiar de opinión.

Ahora, si os interesa leer la historia (ficción, conste) que me ha hecho recordar todo esto, tenéis dos opciones. Podéis hacer como yo, que me fui a una librería que se encuentra en ese camino que yo hacía cada día para ir al instituto, y esperar a ver qué cara os pone la dependienta (en mi caso no tengo claro si el susto era por el título del libro o porque entrase un cliente), o podéis comprarlo siguiendo este enlace Expediente Ojos de Orgasmo con el que además me ayudaréis a seguir comprando libros.

No sé si los ojos se ponen más azules al pasar tiempo en la ría… yo creo que es la brisa del mar y lo que rasca el granito, que junto al radón, nos dan esa particular personalidad.


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