Desde hace ya bastantes semanas se está hablando cada vez más de la inmunidad celular y su papel en las infecciones y la inmunidad contra el coronavirus. El pasado 15 de julio se publicó un artículo en la revista Nature que analiza la presencia de inmunidad celular en casos de COVID-19, la enfermedad causada por el SARS-CoV-2, comparando la presencia de estos linfocitos T contra el SARS-CoV-2 con la presente para el SARS-CoV-1 (hasta hace seis meses SARS a secas) y en personas que no han tenido contacto.
Antes de comenzar a analizar los resultados del artículo, vamos a hacer un repaso general de inmunología para todos los públicos.
La inmunidad celular y la inmunidad humoral
Generalmente, cuando hablamos de inmunidad, hablamos de los anticuerpos medidos, porque los anticuerpos se pueden medir fácilmente. Aunque generalmente se hace con pruebas de inmunoensayo como el ya famoso ELISA, es relativamente sencillo generar test rápidos efectivos, como los que tenemos en el mercado para el SARS-CoV-2. Pero esa inmunidad es la inmunidad humoral, la que está mediada por los anticuerpos que generan los linfocitos B. Es nuestra principal vía de defensa, pero no es la única, ni tampoco la más duradera.
Además de linfocitos B, tenemos linfocitos T, que son los que se encargan de la inmunidad celular. Las células CD4 y CD8, que quizá os resulten familiares, son tipos de linfocitos T. La respuesta celular es muy compleja. Resumiendo mucho el proceso, hay unos linfocitos que se encargan de atacar al patógeno (el virus en este caso) y destruirlo, otras que suprimen la respuesta cuando todo se ha limpiado y las que nos interesan en este momento: los linfocitos T de memoria. Éstos sirven de base de datos, y permiten ampliar la señal cuando hay una infección que se “recuerda”.
Cuando se ataca algo externo tenemos en general dos respuestas: la inflamación y la liberación de citoquinas, que van a ayudar a la destrucción. Aunque todo el mundo ha leído ya algo de la famosa tormenta de citoquinas, yo voy a nombrar a un tipo en particular que va a ser importante en el artículo: el interferón. Medir el interferón liberado nos va a permitir saber si hay una respuesta al contacto con un patógeno o con un fragmento de ese patógeno. Si ponemos un trocito del virus y se libera interferón, es que hay linfocitos T que se acuerdan de ese trocito del virus y por lo tanto, van a intentar eliminarlo.

El transfondo del artículo
Los momentos eureka no existen. Los artículos científicos suelen tener un razonamiento que ha llevado a los investigadores a hacer una serie de experimentos. En este caso, se sabía antes que a largo plazo, los linfocitos T son más importantes que los anticuerpos, y que además no tienen que ser tan exactos, porque suelen servir para virus “parecidos”.
Aunque ahora nos enfrentamos a un virus nuevo, el SARS-CoV-1 está muy estudiado. En su caso se sabe que los anticuerpos bajan a niveles que no se pueden detectar pasados un par de años, pero que los linfocitos T “se acuerdan” pasados más de 10 años. ¿Podrían esos linfocitos ser útiles para el SARS-CoV-2? Además hay fragmentos que son casi iguales a los de los coronavirus que causan resfriados comunes. ¿Esos servirían?
Presencia de linfocitos T en pacientes recuperados de COVID-19
Para saber si estos linfocitos están presentes, los investigadores analizaron muestras de sangre para ver si reaccionaban ante la presencia de fragmentos del coronavirus. Aunque sabemos que no siempre hay anticuerpos presentes, en este caso todas las muestras reaccionaban. Además, analizaron las células de la sangre para ver si liberaban interferón y, pese a que los resultados variaban dependiendo del fragmento del virus utilizado, prácticamente todas las muestras generaban interferón. Esa capacidad no correlaciona ni con la generación de anticuerpos ni con la gravedad de la enfermedad.
Presencia de linfocitos T en pacientes de SARS
Ya que los fragmentos identificados antes eran similares a los que en el pasado se habían identificado para el SARS-CoV-1, tenía sentido comprobar si los linfocitos presentes en la sangre de personas que habían pasado el SARS podían reaccionar a fragmentos del SARS-CoV-2. Efectivamente, pese a que el brote de SARS fue hace 17 años, los linfocitos T de la mayoría “recordaban” esos fragmentos, si se utilizaban regiones que son muy parecidas entre los dos virus. Por dar un número, en una región que el 94% es igual, 7 de 8 pacientes respondían.
Presencia de linfocitos T en pacientes no expuestos
En principio sería lógico pensar que si no se ha tenido contacto con ninguno de los dos SARS-CoV, no hay memoria posible. Sorprendentemente, la mitad de las muestras analizadas sí eran capaces de responder, aunque de forma diferente a diferentes fragmentos del virus. ¿De dónde viene esa memoria? Aunque no podemos saberlo seguro, es esperable que venga de contactos pasados con otros coronavirus humanos (resfriados) o incluso por contacto con coronavirus de otros animales que no llegan a afectarnos.
Curiosamente, aquellos pacientes que no habían tenido contacto reaccionaban mejor a fragmentos “tempranos” del coronavirus, los primeros que entran en la célula. Si tenemos en cuenta el ciclo del virus, tiene cierta lógica, porque se deshacen de ellos antes de poder desarrollar la infección, así que nunca llegan a estar expuestos a fragmentos de proteínas tardías, aunque esto es más una idea en el aire que algo demostrado.
Conclusiones generales
No debemos obsesionarnos con la idea de los anticuerpos y con su presencia o ausencia. Los anticuerpos desaparecen rápido, pero eso no quiere decir que seamos susceptibles a una reinfección. De la misma forma, la presencia de linfocitos T puede ser más que suficiente en algunos casos para luchar contra la infección, sin haber desarrollado anticuerpos. Todavía nos queda mucho por saber, tanto de la respuesta a este virus en concreto como de la inmunidad en general, pero vamos dando pasitos poco a poco.
Quizá estos resultados ayuden a explicar por qué en algunas poblaciones la sintomatología era más grave que en otras. Quizá ayude a entender por qué algunos grupos de edad muestran más síntomas que otros. Lo que queda claro es que no podemos tener una mente cerrada y hay que tener en cuenta otros animales y otros virus, porque no estamos solos en el mundo y quizá lo que nos ayude a protegernos mejor sea un virus que no tiene por qué salir del laboratorio en forma de vacuna. La naturaleza nos lleva años de ventaja, deberíamos observarla con más detalle.
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