Título: Los límites de la Fundación
Autor : Isaac Asimov
Editorial: Plaza & Janés
Colección: Debolsillo
Páginas: 525
Ya va el cuarto de la serie. Estos libros son alucinantes. Nunca sabes lo que te puedes encontrar en ellos. Resulta que fueron escritos hace muchísimo por el gran dios Asimov, del que ya hemos hablado, y pese a ello, te explican las cosas mucho mejor que cualquier profesor de la facultad. ¿Qué es lo mejor? Desde mi punto de vista, lo mejor de este libro es el modo en el que puedes llegar a comprender qué es Gaia. Sí, leyendo a Asimov, y no aguantando a un profesor de ecología que no ha comprendido todavía la hipótesis Gaia.
¿De qué va la historia? Pues seguimos con lo de siempre, con la búsqueda de la Segunda Fundación, que nadie tiene muy claro si fue destruida al final o no, y entre tanto, porqué no, la búsqueda de la Tierra, ese planeta en el que se originó la vida tal y como se la conoce en la Galaxia, mucho antes de establecerse el Gran Imperio.
Nos encontramos en un momento en el que ya se ha agotado la mitad del tiempo para el Plan, y ni tan siquiera Hari Seldon podía esperar esta clase de acontecimientos… En esta novela podemos encontrar una historia enfocada desde otro punto de vista, podemos observar la evolución de Asimov en sus obras… incluso una referencia a las Tres Leyes de la Robótica, que todos conocemos (aquel que no las conozca es un hereje, y debería de dejar de leer mi blog).
Lo malo del asunto, es que con todo, te quedas atrapada en la historia, y ves los examenes cerca, pero ya no hay nada que hacer, ya tienes en la mano el siguiente de la serie, “Fundación y Tierra”. Dudo que me de tiempo a leerlo antes de los exámenes, así que será divertido esperar a ver que pasa…
Como siempre, un fragmento, algo que me ha resultado muy llamativo….
– Sí. Y el terreno. Y aquellos árboles. Y ese conejo que va por allí. Y el hombre al que ven
a través de los árboles. Todo el planeta y todo lo que hay en él es Gaia. Todos somos
individuos, organismos separados, pero compartimos una conciencia general.
El planeta inanimado es el que menos lo hace, las diversas formas de vida hasta cierto
grado, y los seres humanos los que más, pero todos la compartimos.
– Creo, Trevize, que eso significa que Gaia es una especie de conciencia colectiva – dijo
Pelorat.
Trevize asintió.
– Ya lo había deducido… En ese caso, Bliss, ¿quién gobierna este mundo?
– Se gobierna a sí mismo. Esos árboles crecen espontáneamente. Sólo se multiplican hasta el punto necesario para sustituir a aquellos que han muerto.
Los seres humanos recogen las manzanas que se necesitan; otros animales, incluidos los
insectos, comen su parte… y sólo su parte.
– Los insectos saben cuál es su parte, ¿verdad? – inquirió Trevize.
– Sí, así es… en cierto modo. Llueve cuando es necesario y a veces llueve copiosamente
cuando es necesario, y a veces hay un largo período de sequía, cuando es necesario.
– Y la lluvia sabe qué hacer, ¿verdad?
– Sí, así es – dijo Bliss con seriedad -. En su propio cuerpo, ¿no saben las distintas células lo que deben hacer? ¿Cuándo crecer y cuándo dejar de crecer? ¿Cuándo formar ciertas
sustancias y cuán do no; y cuando las forman, qué cantidad formar, ni más ni menos? Hasta cierto punto, cada célula es una fábrica de productos químicos independiente, pero todas se abastecen de un fondo común de materias primas distribuidas por un sistema de transporte común, todas vierten los desperdicios en canales comunes, y todas contribuyen a una conciencia colectiva.
Pelorat exclamó con entusiasmo:
– ¡Pero esto es fantástico! Está diciendo que el planeta es un superorganismo y que usted es una célula de ese superorganismo.
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