Por accidente, estaba yo viendo La Sexta y en ella el programa de Chicote sobre el precio de los alimentos. Me estaba yo frustrando mucho porque, pese a mis años en Madrid, mi idea sigue siendo la gallega, en la que tu madre tiene un arcón congelador en el que cada X meses mete media ternera que compra directamente al matadero, y que has sido tú quien ha troceado. La idea de una persona que ha pasado media vida recogiendo de conocidos huevos, judías, guisantes, patatas y vino. La idea de la niña cuyos recuerdos de pequeña en casa de sus abuelos se limitan a sachar patatas, a la vendimia, o a putear al cerdo. Pero la vida no es así, aunque yo no quiera reconocerlo.
Las cosas en el resto del país son diferentes. El resto del país compra absolutamente todo en el supermercado, lo más barato, sea lo que sea, a gran escala, con un gran empaquetado. La gente ya no sabe lo que es comprar a granel, ir al carnicero de confianza, ir a la plaza el sábado, o comprar la carne con sello de calidad ternera gallega. Las denominaciones de origen las tenemos de adorno. Se busca lo barato, lo rápido, sin que nadie se preocupe por la calidad o el origen de lo que comemos.
A estas alturas os estaréis preguntando si voy a soltar el rollo de lo buenos que son los productos bio, ecológicos, etc. Pues no van por ahí las cosas. Conste que, ante todo, nadie me puede negar que un huevo de casa sabe mejor que el más barato del supermercado. Pero la etiqueta eco me viene dando igual. Debería basarse todo en mantener la calidad de vida de la gente que nos rodea, y eso lo hacen los suizos como nadie.
Vivo en Berna y trabajo en Zurich. Varios días a la semana (varía la cosa), cuando salgo de casa por la mañana, cruzo la zona del mercado, en el que un montón de agricultores están montando sus puestos. Los sábados cruzo muchas veces dicho mercado, y veo como los suizos compran todo lo que pueden ahí, porque les gusta saber de qué huerta viene la lechuga que se comen. Se les nota que son animales de costumbres, porque van siempre a comprar los tomates a la misma señora, aunque siempre vayan a comprar la calabaza a otra señora.
Cuando estoy en el trabajo, día tras día, en la cafetería, tengo un cartel con el menú en el que siempre me dicen el origen de la carne. Ese día que tenemos cordero de Nueva Zelanda hay poca cola, mientras que cuando hay carne suiza la cola crece. Tras mis dudas, muchos me han aclarado que si no pueden comer carne suiza, comen vegetales suizos, mientras que en la cola nos quedamos sólo los extranjeros.
Llega el fin de semana y me voy por ahí y acabo en un McDonalds. Todo lo que me sirven, lleva sellos identificando el origen, y de la misma forma, veo que los locales sólo piden las cosas de origen suizo. Me compro una botella de CocaCola y la tapa pone, bien claro, que es fabricada en Suiza.
Me voy al supermercado y me cuesta encontrar cosas de fuera. Todo supermercado tiene su zona de importación, no me malinterpretéis, que podéis encontrar arroz La Fallera, pero sólo en la zona destinada a ello. En los productos de uso común, la inmensa mayoría son cosas suizas o cosas más internacionales pero siempre que han salido de una fábrica suiza. El resto, simplemente, no tienen éxito.
Paso por la zona de productos frescos, y allí encuentro los productos regionales. En esta zona nunca sabes lo que te vas a encontrar, y va a variar cuando te vayas a otro supermercado, porque la región es muy pequeña, y normalmente cada productor sirve a uno o muy pocos supermercados. Ese señor que vendía lechugas en el mercado, también lleva sus lechugas al supermercado. La pequeña panadería que había en la esquina, sólo mantiene el horno, y vende su pan dentro de ese supermercado, pero no en el que hay a dos calles. La señora que hace pasteles, cuando los hace, los vende en el supermercado. Y un montón de cosas, todas con su sello de calidad, un sello que dice claramente lo que tiene que decir, “aus der Region”. El pollo que peor ha sido tratado antes de acabar en ese supermercado, en España llevaría su sello de “de corral”, mientras que aquí la opción local se limita al corral o al pollo mimado. Y sí, hay de los otros, pero nadie quiere comprarlos.
¿Cómo puede ser esto posible? Pues porque el supermercado no pertenece a una gran cadena, o sí. Hay dos cadenas grandes en Suiza, y ambas son cooperativas, por lo que se ocupan de colocar los productos de todos los miembros de la cooperativa, y sus propios socios son los que se ocupan de hacer que el resto de la población (si es que queda alguno que no pertenezca a una de las dos) consuma productos nacionales.
Obviamente esto tiene sus problemas… Los supermercados alemanes intentan a toda costa abrirse hueco en el mercado a base de bajar precios, los suizos pueden permitirse mantener precios altos, y la rivalidad entre ambas cooperativas es enfermiza… Aunque por detrás sea evidente que hay un pacto de precios, porque no engañemos a nadie, las cosas son más caras. Por otra parte, comprando con cabeza, os aseguro que mi cesta de la compra me cuesta más o menos lo mismo que me costaba en Madrid.
¿Os podéis imaginar algo así en España? ¿Podríamos por una vez valorar lo que tenemos? Pensad por un momento en ello, pensad que no hace falta vivir en el pueblo, en la aldea, porque se puede llevar la aldea a la ciudad si la gente se organiza correctamente.
Ahora decidme, especialmente todos los que os indignábais tanto con el precio de los alimentos… Es el precio, ¿o es el alimento?
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