La vuelta y el propósito del gimnasio

El día 3 llegué a Suiza para encontrármela llena de nieve. La diferencia de temperatura con lo que dejé en España es impresionante, así que llevo desde entonces muerta de frío. Esta mañana me desperté con -14, y eso que hoy ya subían las temperaturas.

El primer día fue muy suave… al fin y al cabo yo no era más que un zombie moviéndose de un lado a otro. Tras una noche casi sin dormir, un avión demasiado temprano y unas horas en el laboratorio para no perder el día.

El segundo día pretendía ir toda decidida a comerme el mundo… hasta que me desperté y vi que las ventanas estaban cubiertas de nieve. Dormir un poco más… al final acabé saliendo de casa corriendo, olvidándome la mitad de cosas, llegando tarde al laboratorio, tirando un cultivo que no crecía. Una vuelta un poco accidentada, diría yo.

Ya el jueves la cosa fue mejorando, me acordé de (casi) todo y aunque fui tarde, esta vez iba más planeado. Entre el jueves y el viernes conseguí hacer algo productivo y empezar a avanzar en el cumplimiento de mis propósitos (levantarme temprano no era uno de ellos, así que no me juzguéis). Y de eso quería hablar, del propósito que más se lleva en el mundo entero: ir al gimnasio.

El jueves, al salir del trabajo, allá fui. Ya tenía que haberme mosqueado cuando en la entrada me pidieron identificación (sólo piden cuando hay mucha gente nueva), pero inocente de mi, creía que como habían cambiado algunos horarios, igual era eso. El vestuario parecía tener mucha actividad, pero eso, igual era que iba a empezar una clase, qué sé yo. Me mosqueé cuando me di cuenta de que casi no quedaban taquillas libres, teniendo que dar saltos para meter mis cosas en una alta. Pero bueno, allá me fui para la sala de máquinas.

Al entrar descubrí el horror: la primera semana de enero en un gimnasio. Aquello estaba a rebosar. Todas las bicis ocupadas. Me dirijo a una elíptica que acababa de quedar libre y allí me pongo yo a calentar. A los pocos minutos empiezo a notar la presencia de varios seres en mi entorno, presionándome a ver si acabo ya. Y es que el 90% de la gente en esa sala quería usar exclusivamente las máquinas de cardio (para quemar calorías, yo que sé). Cuando acaba mi programa me bajo y veo como 3 tías casi se pegan por la máquina. Mientras decido con qué empezar observo a la gente en las máquinas de cardio. Una población muy diversa: chicas delgadísimas que corrían con pinta de ir a desmayarse de un momento a otro, chicas con demasiada grasa que pese a ir mucho más despacio parecía que iban a morirse, chicos con pose atlética que llevaban un kilómetro y no respiraban… A mi alrededor, con la misma cara que yo, los habituales: gente en una forma regulera, más realistas, que no sabíamos qué hacer ante la invasión de los nuevos.

Me fui a las máquinas de musculación y empecé mi ruta habitual. Lo habitual es que tenga que bajar el peso en todas las máquinas. No ocurre siempre, hay chicas (y chicos) que levantan menos que yo, pero simplemente sabiendo cual es mi peso, es obvio que con lo que levantan algunos (y algunas) yo moriría aplastada. Esta vez la cosa cambió y en todas, absolutamente todas las máquinas, tenía que subir. Me paré un poco a mirar qué hacían el resto, y se veía claramente que muchos no sabían ni cómo funcionaba cada máquina y estaban al borde de la lesión pese a estar moviendo un peso absurdo.

En mi segundo día, el viernes, ya llegamos al extremo. Estaba yo en una máquina haciendo el ejercicio como me han enseñado que debo hacerlo. Aparece un chico y empieza a mirarme fijamente. Yo sigo a lo mío. No deja de mirarme y reírse. Intenta meterme prisa, que lo haga más rápido. Lo miro con cara de ir a matarlo y sigo controlando el ritmo (mi entrenador insiste mucho en esto). Cuando acabo, salgo de allí y lo animo a que empiece. Se sienta. No ajusta el asiento ni el peso, simplemente se pone como estaba yo (y me sacaba dos cabezas, así que la silla tenía que ajustarla sí o sí). Empuja y allí no se mueve nada. Sigue empujando y nada. Ese fue el momento en el que yo ya exploté y me empecé a reír. Me reí mucho en su cara y le dije que bajase el peso. Se puso muy rojo y me miró con mucho odio, pero yo ya me iba hacia otra máquina. Se lo merecía: está muy feo eso de reírse de una chica pequeñita que lo está intentando todo lo que puede.

Seguro que alguno de los lectores tiene como propósito de año nuevo ponerse en forma en un gimnasio. Mucha gente muy en forma se reirá de vosotros. Yo nunca me reiría de un principiante, porque yo no estoy ni mucho menos en buena forma y porque todo el mundo tiene que empezar en algún momento, pero sí me río del postureo.

Si queréis cumplir vuestro propósito, no basta con ir al gimnasio e intentar copiar malamente lo que hace la gente allí. Buscad un entrenador (la mayor parte de los gimnasios no lo cobran, al menos la primera vez) y pedidle que os haga un programa adaptado a lo que queréis. Si no podéis consultar a un entrenador, preguntad a la gente que hay en el gimnasio cómo se usa cada cosa. Especialmente con las máquinas de musculación, es muy importante que alguien os explique cómo ponerlas en la posición correcta, cómo hacer el ejercicio y cómo ajustar el peso, para que el ejercicio sirva de algo y para que no os lesionéis la primera semana. Aprended qué trabajáis con cada máquina para planificar un circuito completo. Recordad que de peso no se baja corriendo en la cinta (es mucho más importante controlar lo que coméis). Y sobretodo, recordad que sois los nuevos, que váis a un sitio en el que ya hay una parroquia habitual que tiene sus formas de comportarse y que sois vosotros los que os tenéis que adaptar a sus costumbres.

Espero que muchos de vosotros cumpláis vuestro propósito, pero en lo que a mi me afecta espero que todos los reyes (y reinas) del postureo que han aparecido esta semana vayan poco a poco desapareciendo. Y sí, antes de que me lo preguntéis, había gente haciéndose selfies mientras estaban en la bici. Seguro que esos ya no vuelven.


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