Estimado señor ministro,
Me dirijo a usted en esta mañana de domingo para darle las gracias. Primero de todo decirle que, en esta casa es usted tan estimado que no hay día que no recordemos su existencia. Y hablamos mucho sobre usted.
He dicho que lo que quería era darle las gracias. Por qué, se preguntará usted. Pues principalmente, por facilitarnos la toma de una decisión que en general es muy difícil para los investigadores españoles, la de fugarnos con nuestros cerebros a otros países.
También me gustaría darle las gracias porque, pese a haberme dado un empujón inicial hace unos meses para que me animase a esa salida del país, usted es perseverante y está ahí día a día, para que yo no pierda fuerzas. Incluso una mañana de domingo como hoy, si por un momento me sintiese desganada, sólo tengo que abrir un periódico cualquiera y buscar su nombre, y mágicamente me entran unas ganas terribles de ponerme a escribir la tesis. Gracias por no hacerme perder en ningún momento esa motivación para escribir la tesis lo más rápido posible y huir de este país.
También se preguntará usted a qué vienen esas ganas terribles de irme. Le voy a poner un poco en situación…
En este apartamento vivimos dos científicos. Es un humilde apartamento, uno de esos pisitos de 30 metros cuadrados que tan de moda puso el gobierno hace unos años. Como decía, vivimos dos científicos, y hasta nos queda espacio para convivir con un hámster, aunque de los pequeños, que no llegaba el espacio.
Los dos científicos que vivimos aquí compartimos algo más que el apartamento. También compartimos gran parte de nuestra formación. Pese a estar a 600 km de distancia, los dos crecimos en un mundo de profesores, más allá de lo normal para cualquier otro niño. Yo en un colegio concertado, él en uno público, pero cada año esperábamos ansiosos en septiembre a que llegasen los libros de “muestra para el profesor” que harían que nuestras familias tuvieran dinero para pagarnos el resto del material escolar. Continuamos nuestra formación en institutos públicos, y ambos nos decidimos por la misma carrera, Biología, que estudiamos en dos de las universidades públicas con más historia de España: la Complutense de Madrid y la de Santiago de Compostela. Mi situación familiar me permitía solicitar una beca para mis estudios, y de ella disfruté toda la carrera. La suya no se lo permitía, pese a que los ingresos familiares eran similares a los de la mía, pero supongo que mi punto a favor era tener un padre muerto. Los dos acabamos la carrera con la misma media (ni una décima de diferencia) y decidimos empezar un doctorado, porque nos gustaba esto de la investigación. Los dos nos decidimos por la estructura de proteínas. Y los dos pedimos una de las becas de su Ministerio, obtuvimos la misma nota (otra vez menos de una décima de diferencia), y ambos disfrutamos de dicha beca.
Estamos en nuestro último año de beca, y tenemos mucho que agradecerle a España por nuestra educación. Fuera de España, todos nos dicen que somos científicos con mucho potencial. Incluso nos ofrecen irnos y trabajar en otros países. Dicen cosas como que tenemos una formación básica muy buena, que tenemos muy buen currículum ya que ambos hemos estado en el extranjero en cursos, o estancias, o congresos. Dominamos el inglés perfectamente, y nos apañamos en otras lenguas. Nuestras tesis son de buena calidad, y su contenido ha sido ya publicado en revistas de índice de impacto más que decente.
Y entonces, ahí está nuestra conciencia diciéndonos que aunque nos ofrezcan lo que nos ofrezcan, somos españoles. Lo lógico sería aceptar alguna de esas ofertas, irnos un par de años quizá, y después volver a España, buscarnos un puesto fijo y formar una familia. Eso es lo que todo el mundo esperaría de nosotros. Y más en mi caso, siendo gallega, la morriña haría que tras unos meses fuera quisiera volver “a miña terriña”.
Pero no, gracias a usted eso no va a pasar.
Ambos estamos escribiendo nuestras tesis, que esperamos poder defender antes de que termine este curso, allá por primavera. Después nos iremos de postdoc, sin poder (ni querer) llevarnos la beca puesta de España, porque su Ministerio las ha suprimido. Nos pasaremos un par de años en un laboratorio y después, en lugar de volver, nos quedaremos allí, o nos iremos a otro laboratorio, porque aunque quisiéramos volver, ya se ocupa su colega de Economía que no haya dinero para Juanes de la Cierva, para Cajales, o para JAEs. Y así soportaremos los primeros años, con la esperanza de poder montar nuestros propios grupos en un país en el que ser un investigador no sea equivalente a ser un leproso.
La gran pega de la mayoría es la familia. Cuando están fuera, ceden y vuelven a España porque quieren formar una familia. No es que yo me plantee esto, pero vamos a creer por un momento que sí, que yo quisiera tener dos retoños, un niño y una niña, por poner un ejemplo.
Usted también ahí me ayuda a que no vuelva. Porque con las reformas que está haciendo en su Ministerio, ni loca criaba yo a mis hijos en España. Querría una educación buena para mis hijos, y eso no pasa por meter todos los niños posibles en un aula, segregarlos por su sexo, deshacer en el colegio lo que yo haya hecho en casa (de poco vale que yo les enseñe ética, si después en el colegio intentan enseñarle lo contrario), hacerlos sufrir como hemos sufrido nosotros para llegar a nuestra situación actual… o incluso más.
Para mis hijos querría una educación sin ideas políticas, querría que les enseñasen que todos somos iguales sin importar raza, ni sexo, ni religión (creo que esto hasta dicen que lo pone la Constitución!), que les enseñasen lengua, matemáticas, historia… que aprendan la historia de España, pero también la historia de su región. De sus dos regiones: la de su padre y la de su madre, y también la de aquella en la que vivan. Que aprendan, si es el caso, la lengua de su región sin por ello dejar de hablar perfectamente castellano. Que aprendan inglés, que conozcan las bases del latín y el griego. Que aprendan biología, y física y química. Que les enseñen tecnología y artes (dibujo, música, teatro…). Que les enseñen la base del mundo, para que después puedan elegir qué quieren hacer cuando crezcan. Y que ante todo, reciban una educación laica. Ya decidirán en qué creen cuando crezcan. Una educación laica en la que se les enseñe la base e historia de las religiones, para que puedan entender el mundo en el que vivimos, pero laica al fin y al cabo. Y todo eso, señor Wert, es imposible con sus reformas, así que una vez más, gracias por animarme.
Me tengo que despedir ya, porque son las doce de la mañana (lo sé porque oigo las campanas de la iglesia), y tengo un día muy ocupado. Hoy tengo que pensar mis experimentos de esta semana, porque gracias a los recortes de su colega en Economía, tenemos que tener mucho cuidado con el uso de reactivos en el laboratorio, que no nos da el presupuesto (a él ya le escribiré una carta dándole las gracias en otro momento). Tengo que avanzar en la escritura de la tesis, y ya me ha motivado usted lo suficiente para ello, y además me gustaría prestar algo de atención a las elecciones en mi tierra. Dicen que va a volver a ganar su partido. Una lástima que no pueda ir a votar (ahora soy madrileña), quizá con mi voto podría ayudar a que no ganasen.
Antes de dejarlo para ponerme a escribir la tesis, sólo recordarle una vez más: GRACIAS.
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