En este nuevo capítulo de Érase una vez la vida empezamos con el proceso de la digestión, y para ello nos centramos primero en la boca y, especialmente, en los dientes.
En nuestra boca, para procesar los alimentos, tenemos los dientes, la lengua y la saliva. Producimos dos litros de saliva al día. Lamentablemente, cuando se hizo este capítulo, se insistió en que la lengua tiene diferentes regiones para los sabores, cosa que sabemos de sobra que no es cierta, y ya se sabía en ese momento. También hablan sólo de cuatro sabores, sin incluir el umami.
Cuando el niño come, diferentes impulsos nerviosos reaccionan al sabor. Por ejemplo, detectan que no hay suficiente sal y lo transmiten. Eso sí, en los tiempos que corren, ver a tanta gente soplar encima de una cuchara se ve como algo horrible.
La infección en los dientes
En la boca hay bacterias que están esperando azúcar. Cuando finalmente llega, se ponen “fuertes” y están listas para atacar, buscando un punto débil expuesto. Quieren hacer un agujero, cuando estén en el nervio provocarán dolor, y después de llegar a la raíz conseguirán acceder al torrente sanguíneo para colonizar todo el cuerpo… pero su primer intento sale mal. La niña se lava los dientes y entre el cepillado y la pasta de dientes vuelven a su posición inicial, porque no consigue eliminarlas del todo.
Al comerse un caramelo, atacan de nuevo. Esta vez la niña no se lava los dientes y se posicionan mejor, lo que les permite sobrevivir en el futuro, y guardarse suficiente azúcar. Así va pasando el tiempo y ganan terreno… pero cuando llegan al nervio el dolor hace que la niña se queje y la madre la lleve al dentista.
El dentista detecta el agujero, una caries vaya. Pero mientras unas pocas bacterias, que por cierto son Streptococcus mutans, se cuelan a la sangre. Por suerte se las identifica y elimina. De toda la estructura que tenían montada en su operación pronto queda poco, porque el dentista limpia a fondo la infección.
La moralina
La conclusión de éste capítulo es que hay que lavarse los dientes, no sólo un par de veces al día o después de comer, hay que hacerlo cada vez que se coma algo dulce, para evitar que las bacterias usen el azúcar para agujerear los dientes. Y digo yo… ¿qué tal recomendar menos azúcar en la dieta? Supongo que eso en los ochenta no estaba de moda.
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