El ébola ya no viene de los monos

Un título un poco clickbait, ya, pero es un buen resumen. Los momentos de mayor fama de este blog giraron alrededor que aquel gran brote de ébola sobre el año 2014, el que nos trajo el ébola a España, el que nos hizo conocer a Fernando Simón y el que nos demostró que lo de quitarse un guante resulta que no es tan fácil. Pero desde entonces, hemos aprendido mucho del virus.

El reservorio animal del ébola

Aunque ahora es algo que ya debería ser conocido por todos, vamos a recordar de dónde viene el virus. Su origen creemos que está en los murciélagos de la fruta, pero la mayor parte de los casos se cree que no surgieron directamente. El virus utilizaba un hospedador intermedio y, gracias a las extrañas costumbres humanas, se las apañaba para saltar. La teoría actual es que gran parte de los brotes surgieron tras el contacto con otros primates, principalmente grandes simios, porque la población de las zonas afectadas entraba en contacto con los cadáveres, en algunos casos para comérselos. Porque el virus a los murciélagos no les hace mucho, pero a los monos los mata igual que a los humanos.

Los brotes podían surgir por el contacto con animales, pero después se transmitía de humano a humano sin gran problema. El virus necesita que haya contacto con fluidos corporales, pero si ese contacto existe, el contagio es relativamente fácil. Así, en el gran brote que dimos por finalizado en 2016, miles de personas se contagiaron, y miles murieron. Y es que no tenemos un tratamiento eficaz, y dependemos demasiado de lo bien o mal que se cuide la salud de la persona infectada para que su cuerpo pueda luchar contra el virus. Desarrollamos terapias con anticuerpos del suero de los recuperados, pero ni siquiera eso era 100% efectivo.

Los cambios de costumbres

Ya en brotes anteriores se había intentado convencer a la población de las zonas afectadas de que sus costumbres debían cambiar. No podían lavar con sus propias manos los cadáveres de los muertos por el virus, no podían ni siquiera tocarlos. No debían enterrarlos en un lugar en el que el virus pudiese llegar a otros seres vivos. Y no debían seguir comiendo carne de mono, porque los monos podían tener ébola. Por supuesto, no debían tocar los cadáveres de monos que se encontrasen por ahí, por mucho que eso pudiese ser la comida de varios días. Desde nuestra perspectiva suena extraño, pero a ver… que nosotros comemos bichos que hay en el mar y a veces nos los comemos vivos, y nos rodea mucha gente que no considera que haya que hacer controles sobre eso. Tampoco es que estemos en una posición desde la que podamos juzgar a nadie.

Con esos cambios en la sociedad, aunque el peligro de contagio desde un animal sigue presente, cada vez va tomando más fuerza otro peligro: las personas que pasaron la enfermedad. Algo que era mínimo antes, pero que tras miles de casos, cada vez hay que tener más en cuenta.

Foto del virus del ébola que forma largas fibras, lejos de la estructura que siempre imaginamos de un virus
Fotografía de microscopía electrónica del virus causante del ébola (Centers for Disease Control and Prevention‘s Public Health Image Library)

Del ébola se sale, y también hay asintomáticos

El caso es, ¿quién porta el virus? Sabemos que las personas que se recuperan de la enfermedad pueden portar el virus en su cuerpo durante varios años. Se queda latente, y en muchos casos no serán contagiosos, aunque se han descrito casos de contagios, especialmente por semen con virus. También se ha descrito la presencia del virus en leche materna, incluso aunque la enfermedad se pasase antes del embarazo. Y así, en varios casos, algunos brotes se han podido trazar a personas que aparentemente se habían recuperado, pero seguían pudiendo contagiar.

Además de los que sabemos que se han recuperado tenemos otro problema, y es que en ese gran brote se hicieron tantas pruebas que se descubrió algo que nos debe preocupar más: hay personas que se contagian y no llegan a darse cuenta. Por alguna razón, un virus que causa una enfermedad con una mortalidad altísima, en algunos casos no causa enfermedad. Se contagian, el virus se multiplica en su cuerpo, pero los síntomas son mínimos, sin llegar a ser suficientes como para ir al médico. Y aquí aclaro que quizá sean más de los que creamos, pero su tolerancia puede ser diferente, y pueden tardar mucho más en ir al médico por cuestiones culturales y religiosas. Así podemos tener personas que son portadoras del virus y no lo saben, y que llegado un punto pueden contagiar.

También tenemos recaídas. Personas que tienen el virus pero en cantidades mínimas, y que por alguna razón en algún momento empiezan a multiplicar el virus de nuevo, pudiendo contagiar. Esto ya se ha descrito en otro brote, cuando un hombre contagió a su mujer mucho tiempo después de recuperarse, pese a que en el periodo intermedio se había determinado que ya no podía contagiar. Pero hubo una recaída.

El brote de 2021 no viene de los monos

Y así llegamos al tema de hoy. Porque el brote que se vivió este año, eclipsado totalmente por las noticias del coronavirus y que por suerte solo alcanzó a poco más de una veintena de personas, no venía de un nuevo contacto. Tampoco de una recaída de un caso reciente. El brote, tras analizar las secuencias de los virus, viene del brote de 2014. Es decir, en alguna persona el virus quedó latente, y a principios de 2021 saltó a una nueva persona, una enfermera en la que no se diagnosticó inicialmente como ébola y contagió a su marido y varios familiares. Por suerte, en cuestión de semanas todos los casos estaban identificados y aislados. Y digo suerte porque es suerte que esas personas recurriesen a un médico de verdad. Si un solo caso se hubiese escapado a un curandero (cosa que la propia enfermera hizo), podríamos tener miles de casos a estas alturas.

De dónde llegó el virus no está claro. Pudo venir de una infidelidad con un recuperado, sin duda, pero lo más probable es que la pobre mujer se contagiase trabajando, tomando alguna muestra de algún paciente recuperado, ya que se encontraba en la zona del brote. También se pudo contagiar de algún familiar recuperado, pero la hipótesis del contacto con fluidos durante su labor como enfermera tiene más fuerza. Nunca lo sabremos, la enfermera falleció antes de que se pudiese determinar que un nuevo brote estaba surgiendo.

Hay que vigilar a los recuperados, pero con cuidado

Y aquí entramos en el tema ético… porque a ver, ¿qué hacemos con los recuperados? Por una parte son superhumanos, personas que han conseguido sobrevivir a una enfermedad muy grave. Por otra parte son apestados, porque ya es conocimiento popular que podrían volver a contagiar. Sin duda tenemos que asegurarnos de que puedan hacer vida normal, pero se debe hacer un seguimiento de su posible carga viral para evitar nuevos brotes. Y eso nos lleva a que también habría que hacer una vigilancia del resto, aunque yo no tenga claro cómo, porque cualquiera podría ser portador, especialmente aquellos que vivieron un brote de cerca. Porque yo no he estado cerca de un caso de ébola en mi vida, así que no voy a ser portadora asintomática, pero si en una casa 5 se contagiaron y 2 se fueron de rositas… pues a esos dos quizá haya que vigilarlos.

En cualquier caso, todo eso sale muy caro. No puedes estar haciendo pruebas frecuentes a toda la población en una zona en la que además confían más bien poco en la gente con un mono blanco, por mucho que la confianza haya aumentado desde que los del mono blanco empezaron a salvar las vidas de sus familiares. Lo adecuado en este caso es luchar por la implementación de un programa de vacunación. Tenemos vacunas contra el ébola, aunque estén en una fase todavía temprana. Y tenemos que alegrarnos, porque están en esa fase porque no hemos tenido grandes brotes que nos hayan permitido hacer pruebas. Pero cada oportunidad que surja hay que aprovecharla, para poder alcanzar el objetivo de vacunar a una población contra un virus que en pocos días puede acabar con sus vidas.

¿Y si vacunamos?

La erradicación del ébola, al igual que con otros virus zoonóticos, es un objetivo casi imposible. Aunque vacunásemos a toda la población con una vacuna 100% efectiva, el virus seguiría escondido en monos, en murciélagos, y a saber en cuantos bichos más. No podríamos acabar con el virus vacunando a los humanos. Pero sí podemos acabar con los casos y las muertes innecesarias. Y no es un problema del tercer mundo, ya hemos probado lo que pasa si el virus toca algunos de nuestros países, y no queremos repetir la experiencia.

Este post está inspirado en un artículo reciente en el que se analizan las secuencias del brote de 2021, que podéis encontrar aquí: Resurgence of Ebola virus in 2021 in Guinea suggests a new paradigm for outbreaks

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