Sin duda hemos dejado correr ríos de tinta con un tema en el que todo eran teorías sin saber demasiado… y según sabemos, cómo siempre, se demuestra que las cosas son mucho más complicadas de lo que creíamos.
Hace mucho tiempo, cualquier diría que un rasgo dependía o de la genética, o del ambiente. Después descubrimos que muchos rasgos que se creían genéticos, resulta que no eran tan genéticos, porque el ambiente nos influye más de lo que creemos. Y hace menos tiempo descubrimos que el ambiente puede alterar los genes… o algo así.
El artículo que os traigo hoy, muy interesante y que creo que dará que hablar, justamente analiza un ejemplo de la influencia del ambiente en algo genético. Porque sabemos que hay ciertos tumores que aparecen por factores genéticos, pero no todo es blanco o negro… ¿qué factores ambientales pueden cambiar el tono de gris? Este ejemplo se ha publicado en Nature, y la primera autora es una Postdoc española, que no se diga que no exportamos buenas científicas. A ver si ella se vuelve en algún momento y cómo lo hace. Podéis encontrar el artículo aquí: A gene–environment-induced epigenetic program initiates tumorigenesis.
La relación entre la genética y el ambiente
Como decía antes, históricamente hemos tenido un lío tremendo montado con esto de la genética y el ambiente. Desde el momento en el que empezamos a tener claro que había ciertos rasgos (y ciertas enfermedades) que se heredaban, empezamos a intentar decidir qué era culpa de nuestros padres y qué era culpa nuestra.
Por supuesto, durante mucho tiempo, los esfuerzos se centraron en poder culpar a la genética. Eso implicaba que ciertas características serían irreversibles e inalterables, y eso iba a permitir hacer… cierta selección. Supongo que no tengo que recordar a los lectores las situaciones en nuestra historia en las que se utilizó la “genética” para atrocidades varias.
Pasados los años, empezamos a entender que no todo estaba en los genes y que aunque pudiese haber una cierta predisposición, la crianza afectaba al desarrollo. Aquello de que el ambiente nos afecta. Empezó a estudiarse en gemelos que habían sido separados al nacer, y poco a poco se pudo determinar que en muchos casos la genética lo que nos da es esa predisposición.
Un paso más allá: la epigenética
Aunque con esto pudiésemos tener claro que los genes son responsables de una parte y el ambiente de otra parte, todavía nos quedaba un paso más: descubrir que el ambiente podía alterar los genes. No es tan así como se dice, así que voy a intentar explicarlo.
Siempre hablamos de “los genes”, pero la realidad es que los genes son una parte de nuestro genoma, y mucho de su expresión viene del entorno de dichos genes. El resto de secuencias pueden desarrollar muchas funciones que permiten regular los genes. Por ejemplo, facilitando o bloqueando su expresión.
Y pese a que hace ya unos años que sabemos que esto ocurre, carecemos de suficientes detalles como para poder ejemplificarlo. Podemos determinar que la expresión de algunos genes está claramente alterada por el ambiente, pero es muy complicado localizar qué factores concretos ambientales han alterado concretamente qué secuencia.
Eso es lo que se ha hecho en este trabajo, que estoy segura que será el primero de muchos en la misma línea. En él se describe como el ambiente y la genética se compinchan para cambiar algo. Por desgracia, lo que hemos aprendido es el desarrollo de un tumor, pero quizá para la próxima sea algo más positivo de lo que podamos aprovecharnos para bien.
El adenocarcinoma pancreático
El adenocarcinoma pancreático ductal (PDAC) es una de las principales causas de muerte en el mundo, y además se sabía previamente que existía una relación entre un daño externo y el desarrollo del adenocarcinoma.
El desarrollo depende de la presencia del oncogen KRAS que, en su versión mutada, da esa predisposición, pero que por si solo no suele ser problemático. En cambio, cuando hay un daño en el páncreas, de algún modo tras la inflamación se empieza a desarrollar el adenocarcinoma. Al menos… en ratones.
En el trabajo, los investigadores analizaron lo accesible que eran diferentes regiones de la cromatina, lo que permitiría acceder a (y expresar) diferentes genes. Efectivamente, la combinación de la mutación y el daño pancreático generan un patrón distinto al de los dos factores por separado, por lo que se va a acceder a diferentes regiones de la cromatina. Analizando esas regiones se encuentra lo que puede ser la razón del desarrollo del adenocarcinoma: la activación de secuencias de regeneración de tejido y de formación de nuevo tejido.
Si tras un daño lo esperable es que se activen diferentes rutas que permitan arreglar el desperfecto, en este caso, y sumado a la presencia del oncogen Kras mutado, se genera la combinación perfecta para que, más allá de reparar el tejido, comience el crecimiento tumoral.
Prestemos atención a todos los factores
Si queremos una vida larga y sana tendremos que tener en cuenta todos los factores que supongan un peligro. Nuestra predisposición genética no podemos cambiarla. Al menos por ahora, aunque quizá en el futuro cercano podamos solucionar alguna que otra mutación. Pero por ahora sólo podemos arreglar el otro lado. Conocer qué factores ambientales y qué conductas van a alterar nuestra expresión génica, puede ayudarnos a evitar problemas. Y conocer combinaciones como ésta puede resultar muy interesante, para poder optimizar qué grupos poblacionales deben ser vigilados o deben tener prioridad según su predisposición a que algo que podría quedar en nada, sea algo muy grave.
Sin duda un trabajo pionero, pero nos queda mucho camino. Yo tengo una idea sobre alguna predisposición por el historial familiar, pero ni de eso estoy segura. ¿Y tú? ¿Eres consciente de tener que tener especial cuidado con algo?
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