Bacterias para los cólicos infantiles: ¿la solución?

Aquellos que tenéis hijos seguro que no os tengo que explicar a que nos referimos comunmente con los cólicos de un bebé. Al resto… vamos a ver cómo lo resumo sin quitarle a nadie las formas de procrear. Después de que un bebé haya comido, incluso aunque haya sido leche materna, en algunos casos tienen problemas para digerir. Los problemas parecen ir asociados a un proceso de inflamación, a una respuesta inmunitaria, pero no se tiene muy claro por qué. Pese a ello, seguro que en cada familia existen decenas de remedios para minimizarlos, pero por qué en algunos casos es algo muy ocasional y en otros muy frecuente, es algo que parecía un gran misterio. Hace ya tiempo que se piensa que hay bacterias que juegan un papel importante en estos cólicos infantiles.

Recientemente, un grupo de investigadores han publicado un artículo que avanza un poco en el tema. Han puesto algo de luz en qué es lo que no se digiere correctamente, y aportan algunas ideas muy interesantes y una posible solución.

La microbiota de un bebé

Cuando nacemos vamos un poco justos de microbichos. Muy justos, realmente. Y es que si todo fuese muy higiénico y con una cesárea muy limpia, naceríamos sin microbiota. Por suerte eso no es así, salvo en contadas excepciones. El propio proceso del parto natural hace que entremos en contacto con nuestros primeros bichos antes de ver la luz al final del túnel. Para aquellos nacidos por cesárea la cosa era más compleja en el pasado, pero las cosas han cambiado. Actualmente existen muchos estudios que apoyan el contacto del bebé con la microbiota vaginal en el momento del nacimiento. Las que vayáis a ser madres pronto, podéis preguntar y seguramente os informarán de buen gusto sobre ello, o eso espero.

Poco después, una vez que hemos descubierto que hay un mundo exterior, vamos entrando en contacto con más y más microbios, y poco a poco nuestro cuerpo los va clasificando en dos grupos: los que tenemos que eliminar y los que nos tenemos que quedar. Los que nos vamos quedando van a ir formando parte de nuestra microbiota, desde la de la piel a la del intestino. Los que tenemos que eliminar son más complejos, porque nuestro sistema inmunitario todavía está más en pañales que nosotros, pero por suerte nuestras madres nos pasan un kit de supervivencia, con anticuerpos y todo, que nos permiten sobrevivir hasta que desarrollamos el nuestro, ayudados por las vacunas (mejor así que exponiéndose innecesariamente).

Fotografía de un bebé dormido con la cabeza sobre una palma y el cuerpo sobre un brazo.
Esa cara de “me está doliendo algo pero duermo igual”…

Las bacterias que ya no tenemos

Según nuestra sociedad ha ido cambiando, nuestros microbichos también han ido cambiando. Porque si no entramos en contacto con ellos, no podemos adquirirlos. Así, nuestra microbiota no es igual que la que tenía nuestra bisabuela. Pero además, dependiendo de dónde hayamos crecido, habremos sido expuestos a microbios diferentes. Esto es algo que conocemos mejor en adultos, porque se pueden analizar muestras y saber qué bichos tenemos y cuales no. Además, eso hemos ido poco a poco correlacionándolo con diversas enfermedades, y después se ha ido analizando si esa correlación implicaba realmente causalidad.

Así, ahora sabemos que hay bacterias cuya ausencia está relacionada con la obesidad o la diabetes, que hay bacterias cuya presencia aumenta el riesgo de generar tumores, sabemos que hay bacterias que nos hacen digerir algunas cosas mejor o peor, y también que otras son fundamentales para que no nos falten vitaminas. Pero de las bacterias de los bebés sabemos mucho menos.

Las bacterias de los cólicos

Analizando una serie de muestras, ahora que es mucho más fácil de lo que era hace años, estos investigadores han visto que las diferencias en la presencia o ausencia de bacterias del género Bifidobacterium correlacionan con la inflamación y los problemas inmunitarios de los que hablábamos al principio. Además de ver la correlación, pudieron localizar en qué rutas estaban implicadas estas bacterias, y cómo se producía la inflamación en su ausencia, dependiendo de qué genes de las bacterias se expresasen. Menos mal que en algún sitio todavía había niños que tenían estas bacterias, que podríamos haber llegado demasiado tarde.

Localizada la parte relevante, entonces quedaba encontrar la solución. En lugar de utilizar una bifidobacteria normal, con lo bueno y lo malo que tuviese, lo que hicieron fue seleccionar aquellos genes que estaban implicados en la degradación de los azúcares presentes en la leche materna y generar una nueva cepa optimizada, a la que llamaron Bifidobacterium infantis.

La siguiente parte de la historia es evidente si lo han publicado: al aportar esta bacteria los cólicos infantiles se reducen, hay mucha menos inflamación, mejor respuesta inmunitaria, y unos bebés más felices. Y por cierto, la exposición a antibióticos, cuanto más limitada mejor. Solo cuando hagan falta, porque no queremos eliminar bacterias que son buenas porque “podría tener una infección”. Primero se confirma, después se trata.

Suplementando lo que perdimos

Aunque nuestra forma de vida nos ha hecho ir perdiendo esas bacterias buenas, poco a poco vamos descubriendo cómo volver a incluirlas en nuestra vida. De la misma forma, poco a poco hemos redescubierto los beneficios de la leche materna, y cada vez tenemos mejores alternativas para aquellos casos en los que hay que recurrir a versiones artificiales (por la razón que sea).

Quizá la próxima fórmula infantil sea mucho más cercana a la lecha materna, porque en eso se está avanzando tremendamente. Pero además, quizá también lleve probióticos que hagan que los bebés sufran menos. Mientras tanto, además de cuidar de los microbios de los bebés, también deberíamos cuidar los nuestros ya que, al fin y al cabo, la mayoría de lo que reciben en sus primeros meses de vida les llega de la familia más cercana.

Si queréis leer el artículo que ha inspirado este post, lo podéis encontrar aquí: Bifidobacteria-mediated immune system imprinting early in life

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