Estamos en el año 2080. Manuel tiene 95 años y está ya un poco cansado de la vida. Cuando estudió su carrera pensaba que se iba a jubilar a los 65 y todo lo que le preocupaba era si habría dinero para las pensiones, pero ahora que tiene 95 y por fin ha ahorrado como para jubilarse, no quiere ni acordarse de aquellas ideas de veinteañero.
El mundo ha cambiado mucho desde principios del siglo XXI, desde luego. Eso es lo que piensa Manuel al entrar en la residencia para mayores en la que por fin ha conseguido una plaza. Ha tardado años, pero es que en ninguna hay hueco, la gente vive muchos más años de lo que se esperaba a principios de siglo, y si no que se lo digan a él, que aunque se tiene que tomar un puñado de pastillas cada mañana, ha sobrevivido a cinco tumores que intentaron llevárselo por delante, y además tiene el Alzheimer a raya. Por fin se puede jubilar y vivir tranquilo los años que le quedan, que según los científicos serán al menos otros diez.
Manuel cruza la puerta de la residencia con una sonrisa en la cara. – Parece mentira que vaya a morirme en el lugar en el que crecí.
La residencia en la que Manuel ha conseguido su hueco, en la que va a pasar sus últimos años, fue también su colegio. Entró en él en el año 1988, cuando antes de que apareciese aquella Ley de Memoria Histórica se llamaba José Antonio. Los adolescentes de ahora ni siquiera sabrían quién fue ese tipo si no se le pone un apellido. Con tres años Manuel entró a aquello que llamaban “parvulitos” y que después pasó a ser Educación Infantil. Iba a quedarse allí hasta los 13, pero un cambio de ley (uno de tantos) hizo que apareciese la Educación Secundaria Obligatoria y a los 11 años lo mandaron a un instituto con los mayores. Había pasado ocho años de su vida allí y ahora esperaba pasar unos cuantos años más.
Todo había empezado en el año 2020, cuando medio mundo se paralizó con un brote de un coronavirus. Primero fue China, pero poco a poco se fue extendiendo. Cundió el pánico y empezaron a cancelarse muchos eventos y a imponerse cuarentenas. Aunque al final no fue tan grave como se temía, la población tenía miedo y no se quería llevar a los niños a las escuelas. Lo que en aquel brote había sido sólo una idea en China, cuando diez años más tarde llegó la gripe del 30, las escuelas empezaron a desaparecer. Aquella gripe sí que fue grave. Murieron millones de personas y la comparaban con una gripe que hacía más de un siglo había afectado mucho a la población mundial.
Cuando empezaron a aparecer más casos de lo normal se empezaron a suspender las clases, pero no se podía tener a los niños en casa sin aprender y molestando a los padres. Por eso el mundo puso los ojos en las soluciones que había buscado China diez años antes, y las adaptaron a la tecnología actual. Los niños podían seguir las clases desde casa, utilizando sus ordenadores y un casco de realidad virtual con el que se integraban en una clase que realmente no estaba ocurriendo. A Manuel le había hecho mucha gracia el tema… cuando se implantó el sistema él tenía 45 años, y todo esto le recordaba mucho a El juego de Ender, un libro que había leído cuando era adolescente.
Cuando pasó la oleada de gripe del 30, muchas familias no querían que sus niños volviesen al colegio, porque ya socializaban con los vecinos y existía menos riesgo de contagio. En los meses de cuarentena se habían ido organizando para que cada día un vecino de la urbanización se hiciese cargo de ellos, o contratado a una persona que sólo tenía que vigilar que se pusiesen sus cascos y que no se matasen mientras jugaban en los ratos libres. Ya no era necesario llevarlos al colegio, ni había que separarlos por edad, podían estar todos los vecinos juntos, y algunos hasta habían alquilado un pequeño local para que fuese la escuela del bloque. Con este panorama, los gobiernos empezaron a ofrecer los contenidos digitales, porque además les salía más barato dar ayudas para los cuidadores que tener que contratar a profesores para todo el país. Un día concreto del año, todos los niños de seis años del país atendían exactamente la misma clase virtual. El ahorro era tremendo.
Pero claro, entre todo esto surgía un problema. ¿Qué hacer con lo que habían sido colegios? Durante los primeros años no tuvieron uso, y los más viejos se demolieron para hacer viviendas, pero con los avances de la medicina pronto apareció un buen uso: residencias para mayores. La infraestructura estaba montada y sólo había que dividir algunas aulas en habitaciones. El resto servirían para las actividades de la residencia, se tenía comedor y patio, y hasta un salón de actos para esas representaciones teatrales que hacían cuando venían los hijos en Navidad. Vamos, igual que cuando eran niños, pero con 95 años. Si a Manuel alguien le hubiese dicho que iba a volver a actuar en aquel escenario vestido de pastorcillo, los habría mandado a Parla. Aunque claro, ya nadie sabe dónde estaba esa Parla de la que hablan los viejos.
Este relato es pura fantasía, pero nunca se sabe. La idea surge de haber leído cómo se intenta complementar la educación de los niños en China que están encerrados en sus casas. Si te gusta lo que escribo y quieres que escriba más relatos sobre hipotéticas situaciones relacionadas con microbios varios, déjame un comentario para animarme!
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